lunes, 16 de noviembre de 2020

ESDRAS. CAPÍTULO I

 La vuelta del destierro.

11El año primero de Ciro, rey de Persia, el Señor, para cumplir lo que había anunciado por boca de Jeremías, movió a Ciro de Persia a promulgar de palabra y por escrito en todo su reino: 2<<Ciro, rey de Persia, decreta: El Señor, Dios del cielo, me ha entregado todos los reinos de la tierra y me ha encargado construirle un templo en Jerusalén de Judá. 3Los que entre vosotros pertenezcan a ese pueblo, que su Dios los acompañe y suban a Jerusalén de Judá para reconstruir el templo del Señor, Dios de Israel, el Dios que habita en Jerusalén. 4Y a todos los supervivientes, dondequiera que residan, la gente del lugar les proporcionará plata, oro, hacienda y ganado, además de las ofrendas voluntarias para el templo del Dios de Jerusalén>>.

5Entonces, todos los que se sintieron movidos por Dios -cabezas de familia de Judá y Benjamín, sacerdotes y levitas- se pusieron en marcha y subieron a reedificar el templo de Jerusalén. 6Sus vecinos les proporcionaron de todo: plata, oro, hacienda, ganado y otros muchos regalos, además de las ofrendas voluntarias.

7El rey Ciro mandó sacar el ajuar del templo que Nabucodonosor se había llevado de Jerusalén para colocarlo en el templo de su dios. 8Ciro de Persia lo consignó al tesorero Mitrídates, que lo contó delante de Sesbasar, príncipe de Judá. 9Era la siguiente cantidad: treinta copas de oro, mil copas de plata, veintinueve cuchillos, 10treinta vasos de oro, cuatrocientos diez vasos de plata y mil objetos de otras clases. 11Total de objetos de oro y plata: cinco mil cuatrocientos. Sesbasar los llevó todos consigo cuando los desterrados subieron de Babilonia a Jerusalén.

Explicación

1 Comienza una nueva era. Los que separaron este libro de los capítulos precedentes, que conocemos con el nombre de Crónicas, sintieron que con esta página comenzaba una nueva era: a nueva era nuevo libro. Pero ya el Cronista tenía conciencia de este nuevo comienzo y lo había subrayado con el procedimiento de la concentración y simplificación: el Cronista quiso describir un final, y lo concentró en Jerusalén, templo y muralla. De los habitantes, unos murieron y otros fueron deportados como esclavos. Es decir, en la tierra prometida no quedaba nada, ni templo, ni ciudad, ni habitantes. Quedaba un grupo humano, un resto, en Babilonia; y quedaba la fidelidad al Señor, soberano de la historia.

Precisamente ese interés de Dios en la historia de los hombres hace posible y real la nueva era. El Señor, que "incitó" a Nabucodonosor al castigo, "suscita" a Ciro para la restauración. Así se afirma el protagonismo de Dios: podrá la historia medirse por reinados humanos, su verdadero motor es Dios. Y su instrumento es el corazón del hombre: "El corazón del rey es una acequia a disposición de Dios: la dirige adonde quiere" (Prov 21,1).

No sólo dirige la historia, sino que la anuncia de antemano por medio de sus profetas. Jeremías está mencionado, porque con palabras y acciones profetizó el destierro y la vuelta. No menos se podría citar a Isaías II el gran cantor de la vuelta, que nos suministra las mejores claves teológicas para comprender los acontecimientos de la nueva época. Él ha reconocido en la lejanía el destino de Ciro y lo ha saludado como liberador; ha usado un par de veces precisamente el verbo suscitar (Is 41,25; 45,13); ha repetido el principio de la absoluta soberanía del Señor, que anuncia y cumple sus designios (41,4; 41,21-27; 43,11-12; 44,25-26; 46,8-13; 48,3-8). A la luz de esta teología, la primera página de Esdras resulta nueva revelación histórica del Señor y ejemplo para futuras ocasiones.

Y ¿cuál es la novedad? En la historia universal, el advenimiento de un nuevo Imperio, que reemplaza a Asiria y Babilonia, aportando nuevas de vida internacional. Ciro es como un momento juvenil: no son los tradicionales rivales que se han repartido zonas de influencia y épocas de dominio, Asiria, Egipto y Babilonia; es un pueblo que hasta ahora no había desempeñado función rectora en la historia. Se podía mirar al persa sin las asociaciones angustiosas que suscitaban los tres nombres de Asiria, Babilonia y Egipto.

En la historia de Israel también comienza una nueva era. Ya el nombre lo dice: en adelante los israelitas serán los judíos, al rey sucederá el sacerdote; a los profetas, la escatología. En esta etapa se modelará la nueva comunidad del futuro.

También es novedad la relación entre Ciro y los judíos. El Señor no suscita jueces que liberen al pueblo oprimido por los extranjeros, no suscita un rey como Saúl o David para realizar la independencia y la expansión; suscita un monarca extranjero. Sometida a él, como provincia de un gran imperio, la comunidad judía se salvará de los enemigos vecinos y de las tentaciones políticas internas. El Cronista, que tan alta idea tenía inculcaba de David, ha de reconocer que la continuidad ha cambiado de signo: no que discuta el problema, pero tampoco disimula los hechos.

Promulgando "el año primero de su reinado" un edicto de tolerancia religiosa, e nuevo emperador define su política y pregona el advenimiento de una nueva era. El modo de promulgación por heraldos es obvio, la promulgación por escrito supone una cierta organización de los territorios sometidos. El reino de Ciro incluye desde el principio Media, Persia, y lo que pertenecía al Imperio babilonio; la proclamación de un edicto es un acto de soberanía que afirma el poder del nuevo rey en forma de concesión benévola. Nacía de una convicción y servía como medida política.

1,2 Aunque el decreto es histórico, el autor nos da aquí una versión libre en función programática; una versión más literal, no completa, se lee en 6,3-5. Ciro no profesaba la nueva doctrina religiosa de Zaratustra (Zoroastro), llamada más tarde Parsismo, cuya divinidad era Ahura Mazda (Ormuz). Con todo, el título "Dios del cielo" es suficientemente genérico para cuadrar con diversas divinidades. En un escrito de propaganda, Ciro se presenta como escogido por Marduk: "Marduk examinó todos los países en busca de un gobernante justo..., escogió nominalmente a Ciro y lo nombró señor del todo el mundo".

La reconstrucción de templos entraban en la política del soberano y de sus sucesores. El texto citado dice que Marduk escogió a Ciro "al ver en ruinas los santuarios de Sumer y Acad...". Sabemos que lo mismo hicieron en Egipto. Era una manera de congraciarse con las poblaciones locales y especialmente de ganarse el apoyo de la casta sacerdotal, muy influyente de ordinario.

1,3 La repatriación era un modo de deshacer la política de los monarcas babilonios. Estos habían quebrantado el nacionalismo judíos trasladando a los más influyentes como colonos y como esclavos. Ciro, permitiendo la vuelta de los exiliados, se congraciaba con ellos (y quizá se aseguraba un apoyo en una zona crítica en la frontera de su Imperio con Egipto). El "Dios del cielo" recibe ahora su nombre específico "Yhwh Dios de Israel", y se profesa que reside en Jerusalén. Que el Dios del cielo resida en un santuario no contradice el modo de pensar de entonces.

Con todo podría escucharse la voz del Cronista en estas expresiones: concretamente el "subir" al templo (Is 40,1-11; 52,7-12; 2 Cr 29,20; 34,30). Muy bien puede responder a su mentalidad la idea de que la repatriación está en función del templo. También para Isaías II la vuelta a la patria era como una procesión hacia el monte del templo. Si algo de estas ideas y de este lenguaje entró de hecho en el texto del decreto de Ciro, pudo deberse a la colaboración de judíos empleados en la cancillería imperial.

1,4 En este dato se repite la antigua idea del "despojo de los egipcios": Ex 11,12; 12,35-36. En el término "supervivientes" puede escucharse la teología del "resto": en la mentalidad del Cronista los supervivientes se identifican con los desterrados, según la doctrina de Jr 24.

1,5 La ejecución del decreto podría aparecer como sumisión a una orden imperial. El autor quiere subrayar otra vez el protagonismo de Dios: no vuelven todos, sino los que Dios "mueve". El segundo éxodo es de cabo a rabo obra del Dios que mueve al rey extranjero y a algunos jefes de su pueblo. Históricamente fue así: en la primera expedición sólo volvieron unos escogidos. Los entusiastas de la patria, los contagiados con la esperanza que predicó Isaías II, los que esperaban ansiosos el permiso de volver. Otros muchos se quedaron: los que habían perdido definitivamente la esperanza, los que se habían mezclado y confundido con la población y la cultura de Babilonia, los resignados de poco aliento, los que habían hecho fortuna en el destierro y no querían sacrificarla. Hacía falta en aquel momento sentir la pobreza o tener desprendimiento para ponerse en marcha. No todos se "sintieron movidos por Dios". Así se cumplió que sólo los que esperaban hicieron realidad la esperanza.

El autor menciona aquí tres grupos de jefes. Se entiende que volvieron con sus familias, como puntualiza el capítulo siguiente. Judá y Benjamín representan las dos tribus fieles; as otras diez eran del reino septentrional. Pero más abajo se hace alusión a las doce tribus, y los levitas son grupo aparte.

1,7 Cuando se trataba de otros templos, Ciro procuró que las estatuas de las divinidades fueran restituidas a sus templos: "Yo restituí a los santuarios largo tiempo arruinados as imágenes que residían en ellos..., volví a colocar en sus capillas intactos todos los dioses de Sumer y Acad que Nabonido había llevado a Babilonia.." El caso de los israelitas es diverso, porque su Dios no tenía imagen; a falta de ella, el ajuar sagrado había signo material de la conquista. Por eso tenía Ciro que devolverlo como signo de la restauración. Sobre este ajuar, véase Jr 27-28; también explota el tema el relato del festín de Baltasar, Dn 5.

1,8-9 La operación adquiere el carácter de entrega oficial; los peregrinos se convierten en los portadores del ajuar sagrado, como cantó Is 52,11. El autor no piensa que esos objetos hayan quedado profanados.

Sesbasar será el jefe de la caravana y el nuevo jefe de la comunidad de Jerusalén. Como no lleva otro título ni identificación de familia, debemos pensar que era un noble influyente, no un descendiente de David. Quedaba a las órdenes del sátrapa del territorio occidental o Transeufratina.

1,11 En la frase final suena resumido el tema del segundo éxodo; compárese con el comienzo del salmo 114, el puesto de "Israel" lo ocupan ahora los "desterrados".

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